Sabina Berman, México
Escritora, periodista
Podemos imaginar
La tribu caza pájaros lanzando pequeñas
piedras, cuando el enorme mamut irrumpe y RUGE —y al mismo tiempo un pequeño
humano RUGE como el mamut. Luego, todos corren…
Ese rugido de mamut proferido por una mujer
humana —quiero imaginarla mujer— es el inicio de lo que nos hace la especie que
somos. La especie capaz de imitar lo que no somos. La especie capaz de
representar al Otro.
Sabina Berman (Foto: Archivo El Universal) |
Saltemos 10 años, o 100, o mil. La tribu ha
aprendido a imitar a otros seres y representa al fondo de la cueva, en la luz
temblorosa de la hoguera, la cacería de esa mañana. Cuatro hombres son el
mamut, tres mujeres son el río, hombres y mujeres son pájaros, árboles, nubes.
Así, la tribu captura el pasado con su don
para el teatro. Más asombroso: así la tribu inventa posibles futuros: ensaya
posibles formas de vencer al enemigo de la tribu, el mamut.
Los rugidos, los silbidos, los murmullos —las onomatopeyas de ese primer teatro— se volverán lenguaje verbal. El
lenguaje hablado se volverá lenguaje escrito. Por otro derrotero, el teatro se
volverá ritual y luego cine. Y en la semilla de cada una de estas formas
seguirá estando el teatro. La forma más sencilla de representar. La forma viva
de representar. El teatro, que mientras más sencillo más íntimamente nos
conecta a la capacidad humana más asombrosa, la de representar al Otro.
Hoy celebramos en todos los teatros del
mundo esa gloriosa capacidad humana de hacer teatro. De representar, y así
capturar nuestro pasado para entenderlo —o de inventar posibles futuros para
la tribu, para ser más libres y más felices.
Hablo por supuesto de las obras de teatro
que realmente importan y trascienden el entretenimiento.
Esas obras de teatro que importan, hoy se proponen lo mismo que las más
antiguas: vencer a los enemigos contemporáneos de la felicidad de la tribu,
gracias a la capacidad de representar.
"Muerte súbita", obra de Berman |
¿Cuáles son los mamuts a vencer hoy en el
teatro de la tribu?
Yo digo que el mamut mayor es la enajenación
de los corazones humanos. Nuestra pérdida de la capacidad de sentir con los
Otros: de sentir compasión. Y nuestra incapacidad de sentir con lo Otro no
humano: la Naturaleza.
Vaya paradoja. Hoy, en la orilla final del
Humanismo –de la era del Antropoceno—de la era en que el humano es la fuerza natural
que más ha cambiado y cambia el planeta— la misión del teatro es inversa a la
que reunió a la tribu originalmente para hacer teatro al fondo de la cueva: hoy
debemos rescatar nuestra conexión con lo natural.
Más que la literatura, más que el cine, el
teatro —que exige la presencia de unos seres humanos ante otros seres humanos— es maravillosamente apto para la tarea de salvarnos de volvernos algoritmos.
Puras abstracciones.
Quitémosle al teatro todo lo superfluo.
Desnudémoslo. Porque mientras más sencillo el teatro, más apto para recordarnos
lo único innegable: somos mientras somos en el tiempo, somos mientras somos
carne y huesos y un corazón latiendo en nuestros pechos. Somos aquí y ahora
solamente.
Viva el teatro. El arte más antiguo. El arte
más presente. El arte más asombroso. Viva el teatro.
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