El 27 de marzo fue instituido como el Día
Mundial del Teatro por el Instituto Internacional de Teatro (ITI) de la Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Una
fecha que recuerda la importancia de las artes escénicas y el compromiso de
quienes compaginan su vida con su vocación teatral sin miedo.
Como es habitual, el Centro Peruano de
Teatro del Instituto Internacional de Teatro (ITI) ha organizado la lectura de
los mensajes escritos por el director teatral Jorge Villanueva y el dramaturgo
sudafricano, diseñador, director, creador de instalaciones y director artístico
Brett Bailey.
Las actrices Lucía Irurita, Sonia
Seminario y Dalmacia Samohod serán las homenajeadas por su destacada trayectoria.
La cita será este jueves 27 de marzo en Teatro Auditorio Miraflores (Av. Larco
1150, Miraflores) a las 7pm. La entrada es libre. A continuación los mensajes
escritos para conmemorar este importante día.
Mensaje
de Brett Bailey
Dramaturgo sudafricano
Donde quiera que haya sociedad humana,
el irreprimible Espíritu de la Representación se manifiesta.
Bajo los árboles de pequeñas aldeas y
sobre sofisticados escenarios en grandes metrópolis; en salones de actos de
colegios y en campos y en templos; en suburbios, en plazas públicas, en centros
cívicos y en los subsuelos de las ciudades, la gente se reúne en comunión en
torno a los efímeros mundos teatrales que creamos para expresar nuestra
complejidad humana, nuestra diversidad, nuestra vulnerabilidad, en carne y
hueso, aliento y voz.
Nos reunimos para llorar y para
recordar; para reír y contemplar; para aprender, afirmar e imaginar. Para
maravillarnos ante la destreza técnica, y para encarnar dioses. Para dejarnos
sin respiración ante nuestra capacidad de belleza, compasión y monstruosidad.
Vamos para llenarnos de energía y poder. Para celebrar la riqueza de nuestras
diferentes culturas, y para hacer desaparecer las barreras que nos dividen.
Donde quiera que haya sociedad humana,
el irreprimible Espíritu de la Representación se manifiesta. Nacido de la
comunidad, lleva puestas las máscaras y vestimentas de nuestras distintas
tradiciones. Utiliza nuestras lenguas, ritmos y gestos, y abre un espacio entre
nosotros.
Y nosotros, los artistas que
trabajamos con este antiguo espíritu, nos sentimos impulsados a canalizarlo a
través de nuestros corazones, nuestras ideas y nuestros cuerpos para revelar
nuestras realidades en toda su cotidianeidad y su rutilante misterio.
Pero en esta época en la que tantos
millones de personas luchan por sobrevivir, sufren bajo regímenes opresivos y
el capitalismo depredador, huyen del conflicto y la escasez; en la que nuestra
privacidad es invadida por servicios secretos y nuestras palabras censuradas
por gobiernos intrusivos; en la que se aniquilan los bosques, se exterminan
especies y se envenenan los océanos: ¿Qué nos sentimos impulsados a revelar?
En este mundo de poder desigual, en el
que distintos órdenes hegemónicos intentan convencernos de que una nación, una
raza, un género, una preferencia sexual, una religión, una ideología, un marco
cultural es superior al resto, ¿se puede realmente defender la idea de que las
artes deberían apartarse de las agendas sociales?
Nosotros, los artistas de escenarios y
ágoras, ¿nos conformamos con las demandas asépticas del mercado, o utilizamos
el poder que tenemos: para abrir un espacio en los corazones y las mentes de la
sociedad, para reunir gente a nuestro alrededor, para inspirar, maravillar e
informar, y para crear un mundo de esperanza y colaboración sincera?
LO
QUE NOS UNE
Mensaje de Jorge Villanueva Bustíos
Director y fundador del Grupo Ópalo
Una joven sale de su casa a las 5 de
la mañana para empezar un nuevo día. Aún está oscuro. Se dirige a su escuela de teatro, en el
centro de Lima. Tiene clases de actuación a las 8 y debe salir con mucho tiempo
de anticipación, porque vive muy lejos de ahí y no quiere que la sorprenda
ningún contratiempo, ningún imprevisto – que nunca falta -, ni mucho menos el
agitado tráfico de la ciudad.
Un grupo de teatro independiente e
itinerante realiza una gira por diferentes provincias del país. Lo impulsa su
convicción de creer en lo que hacen: llevar a ciudades y pueblos una muestra de
su trabajo. En uno de ellos descubren que hace por lo menos 40 años no se ha
presentado una sola obra de teatro, ni en sus colegios, ni en sus parroquias o
plazas. No recuerdan tampoco cómo era compartir con sus niños la alegría que les traía el teatro.
Una mujer de teatro viaja con sus dos
hijas pequeñas, en transporte público, de Lima a Lomas de Carabayllo todas las
semanas. Son dos horas de ida y otras dos de regreso. Viene desarrollando un
"proyecto escuela" con los niños de allí, con miras a transformar la
vida de esas personas, de esa comunidad, a través del teatro y del arte. Con
mucho esfuerzo puede ver que ya hay logros concretos y, lo más importante,
siente que empieza a generarse un cambio. La comunidad entera ha visto a sus
niños crecer y hacerse jóvenes seguros, creativos y llenos de proyectos y
sueños, es el resultado del poder transformador del teatro y del arte. Por eso,
no importa transitar el largo camino: Sus sueños se van haciendo realidad.
Estos aislados esfuerzos son solo
ejemplos del inmenso empuje, fuerza y convicción que tiene nuestra gente de
teatro. Su vocación tiene un motor
interno que los impulsa día a día y es más fuerte que la aparente razón, esa razón
que puede gritar: ¿Por qué dedicarse a una profesión que, por lo general, en
nuestra realidad no es rentable, que suele ser poco valorada y tiene tan poca
oferta de trabajo? ¿Por qué dedicarse a una profesión a la cual el propio
Estado da la espalda y en la que muchas veces, la indiferencia y olvido, llena
de tristeza a nuestros más grandes y valiosos teatristas?
Porque en nuestro complejo país, no
curado aún de tantas heridas, tan fragmentado y contradictorio, nuestro teatro
tiene la fuerza y la potencia que nos permite rebelarnos ante la pasividad y
condescendencia, para mirarnos como sociedad una y otra vez, para reconocernos
y valorarnos en nuestra identidad y, en nuestras diferencias, para hablar de
nosotros y de lo que nos pasa, de nuestra memoria, de lo que significa ahora
ser peruano, latinoamericano, ciudadano del siglo XXI.
Y, precisamente, ser ciudadano del
siglo XXI es cargar con mucho. Nuestra civilización corre cada vez más
furiosamente hacia el abismo en este siglo, empujado por un sistema devorador e
inmisericorde que nos prepara y uniforma para seguir las reglas de un modelo
donde la apariencia y la posesión son el pilar, en el que las estructuras están
fundamentadas en lo que tienes y no en lo que eres, en el que ser diferente no
forma parte del juego, y por ello se queda fuera. En ese contexto, el teatro se
convierte entonces en un refugio, en un canal poderoso de expresión,
comunicación y rebeldía.
Quizás sea ésa la razón por la que en
un día como hoy, cuando nos saludamos por el Día Mundial del Teatro, surge en
nuestras miradas, en nuestros rostros, una complicidad misteriosa. Y es que
sabemos que estamos hechos de lo mismo. Eso es lo que nos une: conocer el poder
transformador que tiene el teatro. Que no se trata solo de ser idealistas, sino
de hacer aterrizar nuestros sueños. De aprender de otros profesionales y darle
a nuestro teatro lo que se merece.
Lo que nos une es nuestra sensibilidad
ante nuestra realidad, nuestra gente y nuestra memoria. Es nuestra fuerza para
actuar y realizar, antes de quejarnos y vencernos por la apatía y el desgano.
Lo que nos une es saber que en
cada lugar del país, desde la gran Lima
hasta la más pequeña comunidad, habrá siempre un ensayo, un estreno, unos
aplausos fervorosos. Día a día, noche a noche, entrega a entrega, surge y se
renueva nuestra convicción y nuestro amor por el teatro, por este arte generoso
que tanto hace por nosotros y por el que debemos de seguir haciendo mucho,
todos los días, siempre.
¡Feliz Día del Teatro!
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