lunes, 2 de abril de 2012

Fin de fiesta

31 de marzo
Es sábado por la noche. En San Miguel, la silenciosa calle San Martín se contagia del bullicio que surge de la colorida casa de Maguey Teatro. Quienes van llegando compran sus tickets para “Micaela”, en una función especial; otros, en cambio, ojean algunos libros sobre dramaturgia peruana puestos a la venta a precios cómodos.
Pequeños episodios del teatro peruano animados por los sonidos de zampoñas andinas y tambores ancestrales que llegaban desde el escenario. Un paso ineludible antes de ingresar a sala: un brindis con chicha de jora y luego descubrir por qué “Micaela”, una pieza teatral escrita por Willi Pinto e interpretada por María Luisa de Zela desde hace veinte años, perdura en cartelera.


En la obra vemos a Micaela: una guerrera eterna, una madre decidida, una incansable soñadora. Un reflejo que dista de sus descripciones históricas y que no ceja ante la represión ni el absolutismo de la Corona. Sobre el escenario simbólico de piedras, fogones, rayos del Sol (Inti) se escabulle en alegría al mecer a su hijo enmantado o se desmorona ante el desconsuelo de ver lejano el día de una patria libre.
Ese día, en Maguey, mientras el planeta apagaba sus luces, “Micaela” encendió velas de esperanza en la imaginación –y en los corazones, creo yo– de los asistentes, entre ellos, los actores Edgard Guillén y Flor Castillo. De Zela entregó energía y vehemencia en una puesta unipersonal que no sufre la fatiga de las repeticiones y, en cambio, reboza en la frescura de un personaje fiero y tierno creado y recreado una y otra vez.



La estética de la escenografía tiene una mención aparte. Sus elementos sugestivos nos conducen a un pequeño huerto en Tungasuca, a las atroces persecuciones y al inminente acecho de la muerte. Un gran trabajo del director Willi Pinto (luces, sonido e ingenio) y una gratísima impresión para quienes, como yo, visitamos Maguey Teatro por primera vez una noche en la que “Micaela” encendió una nueva luz en el escenario.
PD: Recuerdo aquí una frase del director a finalizar la función: “El día del teatro no es solo hoy, sino todos los días”.

27 de marzo
Unos días antes había estado en la Asociación de Artistas Aficionados (AAA) en el Centro de Lima. A las seis de la tarde “El soplador de estrellas”, de Ricardo Talento, apagaba el firmamento a soplidos y desilusionaba a la platea con un dilema sideral. Instantes después, a las siete y media, Teatro Racional presentó “Apego”, de Eduardo Adrianzén.
Esta breve puesta en escena fue el preámbulo a la lectura del mensaje por el Día Mundial del Teatro. En ella, Adrianzén refleja los paralelismos de nuestra triste y feliz historia y, en especial, en aquellos episodios decisivos. La pieza se vale de una mujer embarazada ya mayor (Sonia Seminario en una nueva alegoría del Perú), quien acude a una adivinadora (Robert Sifuentes) para conocer su futuro.



Con total desenfado, la tarotista lanza los naipes al aire mientras tarda en descifrar el destino de su clienta. La mujer se aferra a la suerte como la obstinada ilusión –casi genética– implícita en ser peruano. Quizá espera un futuro prometedor, pero ¿acaso alguna vez los cambios resultaron ser los esperados?
Los ecos de la historia (Laura Núñez) nos recuerdan que no. Eso sucedió en 1821 con la Independencia; en 1883, con Piérola; en 1968, con Velasco Alvarado y continúa sucediendo mientras se decide –como sentencian los analistas políticos en época electoral– si es mejor el cáncer o el SIDA. Todos estos momentos críticos han enriquecido nuestro imaginario y, cómo no, ha avivado nuestro teatro.




Aquella noche Adrianzén estuvo en las primeras filas, imagino, regocijado de ver su puesta en la tradicional sala Ricardo Roca Rey. Estos fueron dos momentos especiales vividos durante la semana del teatro. ¿Se imaginan cuántas anécdotas habrán vivido los teatreros de Lima y de todo el Perú?


Fotos: Maguey Teatro / Luisa Rivas Alvarado

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