En la naturaleza, la energía no se crea ni se
destruye, sólo se transforma. Y la pintura, desde los pinceles de Mark Rothko (1903-1970),
era energía. Una muy poderosa y furibunda, que sobre los lienzos alcanzaba tonalidades
imposibles, desconcertantes y sobrecogedoras. Una pequeña aproximación de lo
que se aprecia en “Rojo”, del dramaturgo y guionista estadounidense John Logan (San
Diego, 1961).
Dirigida por Juan Carlos Fisher y montada magníficamente
en La Plaza, este montaje despide su temporada describiendo una extraña relación
entre el excéntrico pintor expresionista abstracto y su joven aprendiz en las
vísperas de la revolución artística de los años sesenta.
Una obra a
trazos
A Mark Rothko (Alberto Ísola) le han encargado pintar
unos cuadros para un lujoso restaurante de Nueva York. A su poco iluminado taller
acude Ken (Rómulo Asseretto), un aspirante a pintor que lo acompañaría por los
siguientes dos años. Se trata de una puesta de un solo acto, aunque dividido claramente
en dos momentos.
Una primera colmada de arrebatos y frases
pretensiosas sobre el arte. Las de Rothko revelan su personalidad arrogante y ególatra
y su amplio conocimiento en pintura, música, literatura, historia y filosofía. Las
claves de un pintor desdeñoso que gusta marcar distancia –abismal– con su discípulo.
Las de Ken, en contraste, suenan poco
convincentes y lo delatan como un artista inexperto, pero abierto a las nuevas
tendencias que Rothko desprecia. Serán estas dos posturas las que guíen la
puesta en escena, ofreciendo en el camino una serie de referencias a artistas clásicos,
una competencia sobre lienzo y actuaciones correctas.
El dilema de
la decadencia
En esa época de transformación Rothko se asume
como el ‘arte serio’ –así lo siente– y se resiste al olvido ineludible de catálogos
para ceder su espacio a la cotidianidad y simplismo del pop art. Y es aquí, ya en una segunda parte, que se descubren uno
de los conflictos medulares de la trama: ¿es el arte una mercancía?
El expresionista abstracto reflexiona si vale la
pena el esfuerzo para deleitar los ojos de los comensales acaudalados. Ken rescata
la belleza de una lata de sopa y reprocha las actitudes de ‘doble moral’ de
quien negó ser “su maestro o su padre”. La pintura –y todo el arte– entra en el
dilema de las convicciones del artista y los intereses de un mecenas particular.
Hay muy pocos detalles que reprochar a esta
impecable puesta. Su escenografía es realista y el aroma a acrílico seduce, la
música fluye entre las suaves luces de galería. “Rojo” se despidió esta noche con un
saludable récord: localidades agotadas desde hace unas semanas y dos funciones extras. Y dejó un grato efecto en el público que, quizá, esperaba una temporada más larga.
Ficha técnica
“Rojo”, de John Logan
Dirige: Juan Carlos Fisher
Actúan: Alberto Ísola y Rómulo Asseretto.
Crédito de fotos: Hans Stoll y Deborah Valenca
No hay comentarios:
Publicar un comentario