“Un verso pasajero” es un ejercicio
poético –e intuitivo– sobre la soledad y los riesgos de una comunicación
esquiva. Fue la primera obra escrita por Gonzalo Rodríguez Risco y estrenada el
14 de noviembre de 1996, luego de ganar el Primer Festival de Teatro Peruano Norteamericano
auspiciado por el ICPNA ese mismo año.
Tras dieciséis años, la obra –con una
revisión del autor– regresó a escena, esta vez, al Centro Cultural El Olivar (estuvo hasta el 30 de setiembre). Es curioso que este montaje haya retomado nuevamente a Carlos Acosta, quien lo dirigió en 1996, con dos desafíos: demostrar su madurez de director y revitalizar una
puesta de mediados de los noventa en los días del 2012.
Silenciosas
confesiones
Este pequeño drama, de poco más de una
hora, posee un dilema sutil, quizá, demasiado para los primeros veinte minutos
de la puesta. Javier (buen protagónico de Luis Alberto Urrutia) ha quedado en estado
de coma tras sufrir un accidente de auto.
Desde entonces, su padre Don Alfonso (Carlos
Mesta), su madre Doña Consuelo (Lilly Urbina, quien participó en el elenco original)
y sus hermanos Felipe (Willy Guerra) y Angélica (Vera Castaño) lo visitan tarde
a tarde al hospital.
Todo ellos son personajes solitarios e
incapaces de comunicarse, aunque los retratos familiares digan lo contrario. Tiempo
después y creyéndolo inconsciente, empiezan a revelarle pasajes ocultos de sus
vidas, buscando, a lo mejor, el alivio de una confesión sin reproches. Ninguno sospecha
que Javier los puede oír.
Espacios
de soledad
Sobre esta comunicación fallida –una
que no funciona en la familia, aunque sí en la propuesta de Acosta– se
construye la acción central de “Un verso pasajero”. En este vacío surge un extraño
vínculo que libera a los confesores y devasta a Javier, su inevitable interlocutor.
Eso se refleja en los monólogos sinceros
–una colección de insospechados dilemas existenciales– y en los súbitos momentos
de introspección de Javier. Episodios bien sostenidos con la actuación de
Urrutia (desde su cama), los cambios de acción guiado por las luces y una
escenografía acorde.
Junto a estos aciertos, el texto de Rodríguez
Risco retrata y crea sutiles alegorías –algunas psicológicas– sobre las vicisitudes surgidas en torno al estado
de coma, eludiendo los clichés. Con tales elementos y buenas interpretaciones del
elenco, la dirección salva el conflicto ausente de los primeros minutos y ofrece una puesta plausible e interesante.
Drama
en dos idiomas
Gonzalo Rodríguez Risco (Lima, 1972) es
traductor, dramaturgo y guionista graduado de la Yale School of Drama, con una
maestría en Escritura Dramática. Actualmente dicta cursos de escritura teatral en
Aranwa Teatro y es autor de un buen número de textos dramáticos.
Entre sus obras en español está, por
ejemplo, “La manzana prohibida”, “Juegos de manos”, “Hoy prometo no mentir”, “Asunto de tres”, “Mal
criadas” (en coautoría con Diego La Hoz), entre otras; mientras que en inglés
ha escrito “Journey to Santiago”, “Threesome”, “Expiration”, “Gay Play”, “Father/son” y otras
piezas más.
Finalmente, el año pasado escribió el libreto de “Carmín,
el musical”, dirigida por Joaquín Vargas en el Teatro Marsano, así como “Dramatis
Personae”, dirigida por Erik Pearson y presentada Off-Broadway en el Teatro
Cherry Lane de la ciudad de Nueva York.
Crédito de foto: Sandra Elías
Crédito de foto: Sandra Elías
Ficha
técnica:
“Un verso pasajero”, de Gonzalo Rodríguez Risco
Dirige: Carlos Acosta
Actúan: Luis Alberto Urrutia, Lilly
Urbina, Carlos Mesta, Willy Guerra y Vera Castaño
Una producción de Quinta Pared Teatro
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