En el escenario del teatro todo es posible. Eso lo saben un actor o una actriz, ambos juegan con la idea de soñar y ser soñados, de reflexionar a ser objeto de reflexión, de elegir escapar o, en consecuencia, quedar atrapados. Yo prefiero situarme en una butaca y disfrutar del papel que cómodamente me toca interpretar: ser espectador. E imaginar.
I
La decisión había sido tomada: el frasco de píldoras lucía ahora vacío. Por una ventana circular, la luna sonríe mientras dos hombres abandonan sigilosamente la alcoba de una casa abandonada. Salen sin prisa y sin notar que alguien los está observando.
II
El carcelero ha traído unas revistas para sus únicos amigos: los dos presos que custodia. No hay mejor forma de soportar la vida en prisión que conversar y leer, le dicen. El plan va bien, susurran, cuando el guardia sale. Ignoran que alguien los escucha.
III
Pocos lugares solían ser tan tranquilos como el parque o el museo del pueblo. La oficina postal, cerca a la plaza, perdió ese encanto cuando apareció un misterioso paquete. Su destinatario, un anciano filatelista, podía morir tranquilo. Alguien conocía por fin su secreto.
Y es que En el escenario –o desde las butacas de una sala– resulta improbable contrariar esa idea, pero antes de continuar será mejor guardar silencio que una nueva obra está por empezar. Eso sí, sigamos imaginando.
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